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el expreso de medianoche

Motín En La cerTera Conjugación

Nos hemos trasladado aquí:

 

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Crimen Desorganizado, S.A.

Crimen Desorganizado, S.A.

Tomó las llaves y abrió la puerta. Cuando entró en la vivienda, husmeó el vacío de varias semanas de ausencia. Se fue hacia la cocina en busca de la regadera; luego se dirigió al pequeño patio contiguo, donde se encontraban las plantas y, al fondo, la desamparada caseta de Freddy. 

        Una vez regadas las plantas, se dirigió hacia el comedor y ordenó un poco su estado. Se dirigió hacia el teléfono y, descolgándolo, se atrevió a escuchar una vez más aquel mensaje que debió haber escuchado en su momento:

        “Tiene dos llamadas con mensaje. Llamada número uno: recibida el siete del ocho, a las veintiuna horas treinta y dos minutos: 

        -Adelita, Adelita... Tú no sabes quién soy, pero yo sí sé quién eres, je, je... El caso es que te voy a rogar un favor, por las buenas, o si lo prefieres, te lo ordenaré por las malas... Supongo que estarás al tanto de que tu amiguito Léxico anda investigando un caso. Bien, pues te pido que trates por todos los medios de retenerlo en tu casa el máximo tiempo posible. Te aconsejo que le administres algún tipo de calmante o algo por el estilo. Sobre todo, no debe sospechar nada... En caso de que no sigas estas claras instrucciones, nos veremos obligados a quitarnos del medio a Léxico, por las malas. Por cierto, siento muchísimo el triste accidente de tu perrito... Hemos intentado recomponer sus trocitos como hemos podido, pero es que se empeñó en colarse en la máquina trituradora y no pudimos evitarlo... Sniff... En fin, ya sabes: mantén a Léxico alejado del caso y no le pasará nada... Au revoir... Ah, por cierto, en cuanto hayas  escuchado este mensaje, bórralo…”

        Bien por olvido, bien como irrefutable prueba, Adelita no llegó a borrar el mensaje... Léxico se maldecía por no haber descolgado el teléfono en su momento. Pero ya no había nada que hacer... El caso, por suerte, había podido resolverse, y aquel mal nacido de Guñoz, con su apestosa voz nasal, había pagado por fin su fechoría. 

        Salió de casa de Adelita y se dirigió en el seiscientos hacia su propio apartamento.

        Al llegar, se hizo un sándwich de anchoas con pimienta y se postró en el sofá. Tomó el mando del televisor e hizo un rápido zapping por las cadenas. Se paró en un programa que estaban dando en Telebrinco. Sentado a una mesa redonda reconoció la calva de Coto Mataporros, que en aquel momento disertaba sobre un familiar y cercano asunto: 

        “-Pues, sí, para qué vamos a engañarnos... Yo fui una pieza clave para descubrir el chanchullo del tal Guñoz... Bueno, yo y mi hija, que denunció rápidamente el caso en cuanto se enteró de que le habían colado un ejemplar de “Sabor a fuel” en su mochila...”

        Léxico no pudo más que abrir los ojos como tomates ante tal desfachatez. Se decidió a apagar el televisor y evitar infectarse con las memeces de programas basura de aquella calaña. Se dijo que ya podría decir misa aquel sinvergüenza de Mataporros, que el caso se juzgaría en los juzgados... 

        Decidió, pues, ponerse a leer una novela de William Folter; tomó su petaca y se dispuso a echar un trago. No obstante, se percató de que su interior estaba completamente vacío. Se dirigió a la cocina y fue en busca de la damajuana. Le quitó el tapón, puso un embudo en la petaca e inclinó la garrafa; comprobó, con alarma y desconsuelo que del cuello de la damajuana apenas caía una casi imperceptible gota de líquido negruzco. Pensó que era momento de ir apresuradamente en busca de reservas: el lugar a donde iría a buscarlas es algo que el Cide Hamete Benengeli de esta historia no está autorizado para contarles...

 

                                                            F       I       N

Franz_126

Crimen Desorganizado, S.A.

Crimen Desorganizado, S.A.

Léxico acudió a visitar a Adelita al hospital, como todas las tardes durante el transcurso de aquellas dos últimas semanas. Aquella tarde Léxico entró en la habitación con una caja envuelta en papel de regalo. Adelita dibujó una cariñosa sonrisa al ver a Léxico con el regalo. Léxico depositó la caja junto a la cama, y después de dar un beso a la bibliotecaria, le preguntó:

        -¿Quieres que yo la abra? 

        -Por favor, cielo... –contestó impaciente Adelita-.

        Léxico comenzó a rasgar el papel que envolvía la caja; en la tapa frontal Adelita apreció unos pequeños orificios por donde parecía verse algo en movimiento; escuchó también unos leves gemidos que procedían del interior. Seguidamente, Léxico abrió la tapa y agarró con suavidad al caniche que esperaba asustado en el interior del embalaje. Adelita lanzó un grito de sorpresa, mientras Léxico depositaba al can en sus manos. 

        -¡Cariño, eres un sol! –dijo a Léxico, mientras acariciaba al caniche-. Es el mejor regalo que podías hacerme...

        -Bueno, me alegra que te guste –sonrió Léxico-. No es exactamente como Freddy, pero bueno... 

        -Ya... –asintió melancólica-. Bueno, pero a pesar de que no sea Freddy, la verdad es que es una monada. En fin, habrá que ponerle un nombre...

        -Sí. 

        -Pues decide tú, cariño, que para eso es tu regalo...

        -¿Estás segura? 

        -¡Claro que sí! ¿Qué nombre se te ocurre?

        -Bueno, pues no sé... –vaciló-. Se me ocurre, se me ocurre... ¡Ah! ¡Ya sé! Candy. 

        -Ja, ja, ja... –rió Adelita-. ¿A qué me recuerda ese nombre, a qué...?

        -Pues no sé... Ha sido el primero que me ha venido a la cabeza... 

        -Pues no se hable más: Candy... –se dirigió al perro mirándole a los ojos-. ¡Ah, por cierto! –se dirigió ahora a Léxico-. Tengo una muy buena noticia...

        -Pues suelta, preciosa... 

        -Seguramente el lunes me darán el alta...

        -¡Mágnifico, princesa! –exclamó Léxico-. 

        Hacia el final del horario de visita, Léxico empaquetó de nuevo a Candy, para llevárselo a su casa hasta que Adelita estuviera de vuelta. Cuando ya se despedían, ésta le pidió un favor.

        -¿Puedes pasar hoy por mi casa para regar las plantas? 

        -Claro que sí, guapa... En cuanto salga del hospital me paso por allí...

        -Te quiero, cielo... 

        Se despidieron dándose un prolongado beso y, a continuación, Léxico salió de la habitación con una tonta y poco habitual sonrisa.

 

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Crimen Desorganizado, S.A.

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De vuelta a Barmolona echó una cabezada en el asiento clase turista del avión. Le dio tiempo a soñar: soñó con una gran mansión rodeada de palmeras. Se encontraba acostado en una tumbona, junto a una piscina de agua negra; en ese instante se incorporó, notando cómo las aguas de la piscina comenzaban a arremolinarse en forma turbulenta; a continuación, del fondo de las aguas surgió una enorme cabeza de toro; un toro enfurecido, que pretendía dirigirse hacia donde él se encontraba. De manera misteriosa e increíble –como suele suceder en los sueños- se le apareció una cadena a la altura de su cabeza; alzó su mano y empuñó el mango de la cadena; tiró hacia abajo y, de manera instantánea, las aguas de la piscina fueron succionadas por una pequeña rendija situada en el fondo: por allí se fueron las aguas, junto con el astado monstruo, que gemía suplicante mientras la impasible rendija le succionaba. Se giró hacia la mansión y, en aquel momento, una bella dama salía por la puerta que daba al jardín; se dirigió hacia él y ambos se fundieron en un gran abrazo.

        Al llegar al aeropuerto, tomó un taxi que le condujo directamente hasta el Comité Central. Bajó junto al edificio y se dirigió hacia la puerta metalizada: 

        -Agente Diéresis-U. Contraseña: ¡Abre, cojones, que luego te tengo que invitar a unas cañas!

        Subió hasta la quinta planta y se dirigió al despacho del comisario Hiato. Al reencontrarse, el comisario se dirigió hacia Léxico para darle un efusivo abrazo. 

        -¡Hombre, Léxico! ¡Mi mejor hombre...! –expresó con orgullo el comisario-. ¡Cuánto me alegra verte de nuevo!

        Se sentaron frente a frente. El comisario se dirigió de nuevo a Léxico. 

        -Y dime... ¿Qué tal se encuentra... bueno... tu Adelita?

        -Mucho mejor, parece... –respondió Léxico-. Ayer mismo la trasladaron al hospital de la ciudad. Estoy deseando verla de nuevo... 

        -Hum... –apreció pensativo-. ¿No te me estarás enamorando, Bebo...? Ja, ja, ja...

        -¿Enamorarme? ¿Amor? No, no... Yo no entiendo de eso, señor... –expresó entrecortado Léxico. 

        -Ja, ja, ja... Bueno, líos de faldas a parte, te pondré un poco al día de la resolución del caso, que tan solventemente has resuelto, como siempre...

        -Soy todo oídos, comisario... 

        -Bien. Bueno, en primer lugar, me alegra informarte que el tal pajarito Li Jung So ya ha sido cazado.

        -Estupenda noticia... 

        -Sí. La policía le localizó en el aeropuerto, tratando de huir; no sirvió de nada su documentación falsificada...

         “Bueno, por otra parte, Julián Guñoz ya está en la cárcel, a la espera de ser juzgado por instigador y autor de crimen literario. Creo que nos hemos hecho con todos los ejemplares, y los mismos ya han sido incinerados... 

         “Por su parte, todos los trabajadores ilegales que tenía a su cuenta también serán juzgados, incluido don Julio Ermita, padre, que colaboró fervientemente en la producción del crimen, sobretodo con sus medios económicos...”

        -Hum... Ya veo... –consideró Léxico-. Pero, dígame, comisario... ¿Fue él quién puso el ejemplar en la mochila? Hay algo que se me escapa... 

        -No, para nada... –rectificó el comisario-. Digamos que todo el asunto fue una mera casualidad que, por cierto, nos prestó una importante vía para encontrar al culpable. Resulta que todo lo que nos contaron desde Begoña Mataporros hasta el mismo Ermita era cierto; con la salvedad de que Ermita no sabía que el padre de Begoña le había regalado a ella precisamente ese libro... Gracias a tu pericia, no descubrió en un principio que lo que se hallaba dentro de esa mochila era uno de los libros ilegales que junto a Guñoz estaban tratando de distribuir por todo el país. Así que pensó que se trataba de un tema de drogas; hasta que Begoña habló con él más tarde y le informó (sin tener conocimiento de su colaboración en el crimen) sobre el caso. Ermita hizo saltar la alarma: informó a Guñoz y, éste ordenó a sus hombres que trataran de impedir que se descubriera su asunto; también ordenó a Li Jung So que tratara de impedir la marcha de tu investigación como fuera...

        Léxico se quedó pensativo un instante. Una vez aclarado todo, decidió despedirse del comisario y dirigirse a su casa: se merecía un descanso. Mañana sería otro día.

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Crimen Desorganizado, S.A.

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Después de haber obtenido la dirección de la casa de campo, Léxico y sus hombres se dirigieron hacia allí. Se hicieron valer de nuevo de la sirena de la ambulancia, con la intención de llegar lo antes posible al lugar. Recorrieron unos veinte kilómetros por una carretera en dirección a Márava. Se internaron por un camino de tierra, custodiado por un campo de olivos. Finalmente, llegaron hasta “La Poderosa”, una enorme finca perteneciente a Julio Ermita. Se detuvo la ambulancia. Se dirigieron hacia la casa; no obstante, Léxico comenzó a escuchar unos gritos a lo lejos, que parecían provenir tras un establo situado junto a la casa. Se dirigieron hasta allí con presteza. Tras el establo, descubrió un arenoso cercado de madera y, en el centro, descubrió una mujer atada de pies y manos, inmóvil: adivinó los gritos de Adelita, que parecía incapaz de realizar cualquier movimiento. Junto al corral, descubrió a Julián Guñoz, que se apostaba junto a la puerta que daba al contiguo toril. Cuando Léxico se encontraba a pocos metros de Julián Guñoz, éste interpuso amenazante: 

        -Ni un paso más, Léxico... Porque... supongo que usted es el famoso Bebo Léxico, ¿no es cierto?

        -Así me conocen... No puedo decir, dadas las circunstancias, que sea un placer conocerle... 

        En ese momento, Guñoz comenzó a carcajearse insensatamente, tratando de imitar un cierto sarcasmo malvado que a Léxico se le antojó patético.

        -Ja, ja, ja... –continuó Guñoz que, instantáneamente, empuñó un revólver en dirección a Léxico-. ¡Vaya! Parece ser que está en una mala racha, señor Léxico... ¿Qué fortuito accidente le ha ocurrido en esta ocasión, amigo? Ja, ja, ja... 

        -El único accidente que puede echar al traste mis planes es la muerte, caballero... Cosa que, a pesar de los intentos de su oriental colaborador, no ha sucedido...

        -Ja, ja, jaaa... Ya veo que es usted duro de pelar, amigo... –cambió su expresión y afligió falsamente su semblante-. Pero... ¿no cree que el mejor lugar para lograr recuperarse pueda ser el hospital? –sugirió echando una ojeada a los enfermeros-. Además, en cuanto abra la puerta del toril para que salga mi más bravo astado, me temo que su amiguita estará encantada en hacerle compañía... O, quizá, no... Ja, ja, ja... 

        -Le ordeno que no lo haga, amigo... –amenazó Léxico, levantando su brazo y señalando a Guñoz-.

        En ese momento, Guñoz dejó de apuntar a Léxico y dirigió su cañón hacia Adelita, que comenzó de nuevo a gritar con pánico. 

        -No se te ocurra hacer nada, o me la cargo directamente de un tiro... –amenazó, a su vez, Guñoz.

        En ese instante, Léxico hizo apretar un botón instalado en la cruceta, haciendo que un chorro del líquido negruzco diluido en el agua impactara al instante en la cara de Guñoz. Éste comenzó a retorcerse y a frotarse la cara con su mano libre, mientras con la otra acertó a lanzar un tiro con su revólver, antes de caer al suelo. En ese instante, Léxico escuchó un breve gemido de dolor, comprobando que Adelita caía a la arena del corral. Se dirigió rápidamente hacia Guñoz que, quejumbroso, y dando gritos de sufrimiento, se palpaba con las manos la cara. Desenfundó Léxico su revólver, a la vez que uno de sus acompañantes enfermeros recogía el de Guñoz, mientras que el otro le ponía las esposas. A continuación, instó al que le había esposado para que fuera a atender rápidamente a Adelita. 

        Mientras trataban de llevar a Adelita hasta la ambulancia, escucharon cómo un coche situado detrás de la casa accionaba el motor y salía por el camino. A lo lejos, se oían las sirenas de los coches patrulla, que impedirían instantes después la inútil huída de Julio Ermita padre.

 

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Crimen Desorganizado, S.A.

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Los hombres de Gonzalo Buenos días dispusieron en el mínimo tiempo posible todo lo necesario para que el plan de Léxico surtiera efecto. Al cabo, pues, llegaron a la comisaría con varios tubos de suero, un soporte con su correspondiente botella, varias vendas, esparadrapo y tiritas, además de un par de batas de enfermero. Léxico comenzó a instalarse los tubos por su brazo, enganchándoselos con el esparadrapo; a continuación, se fijó una cruceta con dos tiritas cruzadas y dejó abierto el canal que la unía con el tubo. Abrió la botella de suero vacía; la relleno con un poco de agua y, a continuación, tomó su petaca. Echó un breve sorbo del negruzco líquido y a continuación vertió el resto en la botella. Cerró la botella, uniendo el extremo del tubo que tenía enganchado en el brazo. 

        Acto seguido, uno de los números, vestido con la bata de enfermero, tomó la botella de suero y la colocó en su soporte. Salieron los dos enfermeros junto a Léxico. Subieron a una ambulancia prestada y se dirigieron con la sirena puesta hacia la urbanización “Los Rosales”, seguidos de lejos por dos coches patrulla.

        Llegaron a las inmediaciones de la calle “Talytal”; se detuvo la ambulancia junto a la casa. Bajó Léxico, acompañado de los dos disfrazados números. Ante el sonido de la sirena, varios vecinos se asomaron a ver qué pasaba; afortunadamente, cuando ya se dirigían hacia la casa, el trajeado mayordomo salió a abrir la puerta, con cierta curiosidad también ante la alarma. 

        -Señor Léxico... –le comunicaba uno de los enfermeros-. ¿Está usted seguro de lo que hace? Mire que acaba de salir de un grave accidente...

        -No se preocupe, enfermero... –se dirigió impostando la voz-. Buenos días, caballero –saludó al mayordomo-. Me gustaría hablar con su señor; es urgente y no hay posibilidad a negarse... 

        El mayordomo no supo que decir, mientras Léxico entraba ya por el jardín acompañado de los dos enfermeros. Finalmente, se decidió a informar.         -Lo siento, agente... Pero el señor Ermita no se encuentra en casa.

        -Bah. No le creo... –siguió Léxico avanzando por el jardín-. Seguro que estará dándose el lote en la piscina, con sus sirenitas... 

        -Bien, como quiera... –se resignó el mayordomo-. Puede registrar toda la casa, si lo desea, pero no le encontrará.

        Léxico entró en la casa por el amplio corredor y, con la ayuda de sus acompañantes, fue echando una ojeada a las estancias contiguas. Finalmente, llegaron hasta el jardín de la piscina, sin hallar rastro alguno de los sospechosos. Parecía que lo que el mayordomo les decía era cierto: la casa había sido abandonada. No obstante, mientras Léxico se quedaba hablando con el mayordomo, ordenó a sus dos hombres que registraran todos los rincones de la mansión. 

        -Bien, y dígame: ¿a qué lugar se ha dirigido su señor? –inquirió-. Y sepa que desde este mismo momento usted es sospechoso de un grave caso de crimen literario. Así que le sugiero que diga la verdad.

        El mayordomo pareció sorprendido. Enseguida, sin vacilación alguna, respondió. 

        -Pues lo cierto es que no me dijo adónde se dirigía... –señaló el mayordomo-. Pero lo más probable es que se haya marchado a su casa de campo en las afueras, ya que suele ir con su amigo Julián, que normalmente le acompaña...

        -¡Ahá! –asintió Léxico-. Muchas gracias. No obstante, me temo que deberá permanecer en comisaría, hasta que el caso esté resuelto. 

        Léxico llamó a los refuerzos que esperaban unos metros alejados de la casa, con la intención de que acompañaran al mayordomo hasta comisaría.

 

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Entraron por la amplia puerta de la comisaría; los dos números acompañaron a Léxico hasta el despacho del comisario. Llamaron a la puerta y, al instante, un tipo obeso y con un puro en la boca les abrió. Retirando el puro de su boca y exhalando una nube de espeso humo de tabaco, se dirigió a Léxico. 

        -¿Bebo Léxico? –inquirió el tipo estrechándole la mano, para lo cual tuvo que deshacerse Léxico de una de sus muletas-. Soy el comisario Gonzalo Buenosdías. Pase, pase... Me han hablado muy bien de usted.

        Se acomodó Léxico en un sillón, enfrente del comisario, que sonreía con cara de auténtica pachorra. Le ofreció un puro de una caja de porcelana. Léxico se acercó y tomó uno. A continuación, pasándolo por su nariz lo husmeó, guardándolo seguidamente en el bolsillo de su camisa. 

        -Ja, ja, ja –rió el comisario-. Veo que usted es de los que prefieren catar bien antes de probar...

        -No fumo. Pero colecciono tabaco –comentó Léxico-. Me gusta distinguir las diferentes marcas por el olor. 

        -Hum... Interesante –apreció-. Bien, pero vayamos al grano, que dijo una púber a su incipiente acné. Supongo que mis hombres le han dado alguna información sobre la marcha del caso.

        -Sí, sí, muy majos ellos... –convino Léxico-. Pero, ¿qué hay de ese tal Julián Guñoz? 

        -Bien, bien... Verá. Parece ser que el tipo estaba al tanto de nuestras pesquisas, así que decidió poner tierra de por medio cuanto antes. Cuando llegamos a la editorial encontramos algunos documentos que hemos requisado, entre los que encontramos, bien a la vista, esta nota.

        Léxico examinó el folio que Buenosdías le entregó, donde se podía leer con amplias y variopintas letras el siguiente mensaje: 

        “Adelita está conmigo. Así que no intentes nada, Léxico, o ella morirá. A la mínima que compruebe que me siguen, caput. Feliz estancia en Marvela:

        Julián (alias “El Pachuli”).” 

        -Como ve, creo que es un mensaje bastante personal, ¿no cree? –informó el comisario-. Por cierto, ¿quién es esa tal Adelita?

        -Es una larga historia, comisario... –replicó Léxico-. Lo que está claro es que es una mujer en peligro y debemos rescatarla cuanto antes. Por cierto... ¿Qué otros documentos se encontraron? 

        -Bueno, tan sólo algunas fotografías y facturas –informó-. Écheles un vistazo si quiere...

        Léxico tomó aquellos documentos y, entre las fotografías, halló una en la que el Pachuli sonreía abrazado a un tipo que le era muy familiar. Ambos posaban en bañador, junto a una amplia piscina rodeada de árboles. 

        -Creo que sé por dónde puedo comenzar la búsqueda –comunicó Léxico-. Por cierto, necesitaría que me acompañaran un par de hombres discretos y un tubo de suero, además de su correspondiente soporte...

 

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No tardó en llegar a la vivienda de la calle Río Rojo un grupo de la delegación policial de Matriz, que enseguida se hizo cargo de la partida de ejemplares de “Sabor a fuel”, con el propósito de llevarlos directamente a la incineradora municipal. 

        Después de recoger todas las pruebas, Léxico se despidió de los números matriceños; uno de ellos se prestó a llevarle a él y a su compañero a un centro de atención primaria. Allí, le dieron unos puntos y curaron la herida en su cabeza. Enseguida, ambos sabuesos pidieron un taxi y partieron en dirección al aeropuerto. Allí Léxico se despidió de su compañero, el cual partió hacia Barmolona, para reunirse con el comisario Hiato. Por su parte, Léxico tomó un vuelo directo hacia Marvela.

        -¡...! –pareció advertirle Suspensivo con cautela a su superior. 

        -Hale. Hasta luego, majo... –respondió Léxico.

        Durante el vuelo, Léxico estuvo haciendo un repaso a todos los percances y entresijos del caso. Se preguntaba, todavía, qué demonios tenía que ver su amante Adelita en todo aquel asunto. Hizo un recuento cronológico de los hechos: un libro hallado en la Facultad de Letras de Barmolona, dentro de una mochila; una mochila supuestamente olvidada en la biblioteca por un ricachón famoso; mochila perteneciente a una estudiante de la facultad, hija de otro ricachón famosillo con antecedentes sospechosos (aunque sin relación con asuntos literarios); un libro que fue adquirido por este tipo en un mercadillo, a un inmigrante con un negocio poco legal; a su vez, el inmigrante adquiere el libro de un colega que resulta ser proveedor de unos ejemplares de este libro, ilegalizado hace tiempo; en el piso de éste, se descubre el almacén de distribución de estos libros, provenientes de una casa editorial marvelí. En fin, todo un entramado, cuyo final parecía estar cerca, aunque nada claro. 

        En la pista de aterrizaje, un par de números le esperaban junto a un coche de policía. Unas azafatas le ayudaron a bajar las escaleras del avión. Los policías se acercaron una vez estuvo en tierra y le acompañaron hasta el coche. Subió Léxico al asiento del copiloto, mientras el otro policía subió atrás. Ya en marcha, el conductor se dirigió a Léxico.

        -Bueno, agente... ¿Dónde quiere que le llevemos? –inquirió el número. 

        -¿Cómo? –se preguntó Léxico-. Pues, ¿dónde va a ser? A la editorial.

        -De acuerdo. Aunque debo decirle que el caso ya está resuelto –reveló el policía-. Nuestros hombres ya se han hecho con todas las mercancías y han requisado la editorial; han sido detenidos doce miembros de la misma y confiscados todos los documentos; no obstante, quedan dos tipos sueltos: el dueño, mayormente, conocido como Julián Guñoz, y su más fiel colaborador y ayudante, un tal Li Jung So. Ambos en paradero desconocido. 

        -¿Julián Guñoz? –se sorprendió Léxico-. ¿El antiguo alcalde marvelí y marido de la famosa cantante folklórica Isabelle Santonja?

        -Efectivamente, señor... –asintió el policía-. Así que, si lo desea, podemos ir a comisaría, donde el comisario le informará de todo más explícitamente. 

        -De acuerdo. Vayamos –convino Léxico. Acto seguido sacó su petaca y echó un breve sorbo, ya que tan sólo le restaban un par de centímetros de líquido.

 

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