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El origen de la escritura (por Dolores M. Koch)

El origen de la escritura

© 1997 Chris Patton, Stanford University



Algunas ideas sobre la minificción
por
©Dolores M. Koch
Doctora en Literatura Hispanoamericana por la City University of New York
¿Cómo se puede ser original cuando ya todo está dicho? ¿Cómo

verter vinos viejos en odres nuevos? Pensándolo así, escribir con

originalidad parece una tarea muy difícil. Sin embargo, sucede todos los

días, naturalmente y sin cálculo. Todo discurso es una reformulación, como

apuntara Giambattista Vico, y aun las formas de arte que se perciben como

nuevas son meras reversiones de géneros antes considerados inferiores o de

variaciones de géneros ya conocidos. La minificción hiperbreve no es nueva.

En Hispanoamérica se ha ejercido con placer en la segunda mitad del siglo

veinte, y en los últimos años,se ha proliferado por el mundo. Cuesta trabajo

llevar la cuenta de las antologías publicadas. Hasta hay un club japonés de

micro-cuentos en la red.

Quizás a la minificción le ha llegado el momento de ser reconocida como

género menor de cierta resonancia. Estos comprimidos literarios pueden no

sólo hacernos reír sino hacernos pensar y ofrecernos a veces más ideas en su

breve espacio que páginas llenas de palabras. Casi puede decirse que al

popularizarse tanto ha comenzado a degenerar, y por tanto nos vemos en la

necesidad de definirla.

En conversación, durante su estancia en Nueva York ya en 1981, Augusto

Monterroso se lamentaba de que en México se estaba escribiendo una clase de

cuento brevísimo que se diferenciaba de la "varia invención", como él lo

denominaba, porque ésta tenía "algo detrás". La brevedad es la única cualidad

que se ha hecho a todos evidente. Pero hay machos más. La minificción,

además, no es monolítica y llegar a una clasificación en la que todos

concuerden es terreno espinoso.

Primeramente, descontemos las formas ya definidas, más o menos, por la

tradición: la viñeta, el poema en prosa, el aforismo, la anécdota, el chiste,

el ejemplo, la parábola. Y tenemos, desde luego, el minicuento, que tiene las

mismas características del cuento, aunque es mucho más breve. Contiene una

serie de eventos y uno que los remata, dando la sensación que todos los

eventos anteriores sirven de preparación para el final. Esta variante suele

nominarse microcuento o minicuento.

Tenemos también los minicuentos integrados, que bien comparten personajes

y temas para formar un ciclo o serie. Este estilo es mas novedoso, y lo hemos

observado en minificciones de Cortázar y Borges. Algunas novelas modernas se

componen de breves relatos inter-relacionados, sin la acostumbrada

continuidad.



Y también necesitamos un nombre que aplique en general a todas estas

formas muy breves, y "minificción" es quizá la usada con más frecuencia.

Prosas breves o hiperbreves son buenas alternativas.



¿Y cuál es esta minificción a la que se refería Augusto Monterroso, esa

que tiene "algo detrás"? Monterroso la llama "varia invención porque su

predecesor inmediato, Juan José Arreola, usó ese título para una colección

de prosas hiperbreves y literarias. Ha recibido otros nombres, pero no es

apropiado llamarla minicuento, porque éste difiere en la acción final. Hemos

optado por llamarla "micro-relato" y el término ha sido adoptado por muchos

de sus adeptos. El autor de micro-relatos admira el texto literario portador

de ideas pero conciso de palabras. Muestra una incapacidad ingénita para

escribir novelas largas con personajes bien desarrollados. Si logra algún

libro de extensión, éste probablemente resulta fragmentario, compuesto de

muchas pequeñas piezas como un mosaico. Las características generales de esta

variante de minificción cuyo significado es mayor que el número escaso de sus

palabras parece indicar, pudieran resumirse de la siguiente manera:

Preocupación por el lenguaje
El micro-relato ofrece una prosa sencilla pero ingeniosa, poética y a la vez

concisa. Su poder de sugerencia permite más de una interpretación. Su

disfrute a veces depende por lo tanto del grado de competencia del lector.

Con frecuencia la frase es pulida como un aforismo y goza de la cadencia de

un proverbio o dicho popular. Parece ser requisito indispensable para el

autor de micro-relatos tener buen dominio del idioma y ser un buen lector. El

autor de micro-relatos usualmente se siente un poco falto de oxígeno en su

ambiente local y establece comunicación con la inteligencia universal de

todos los tiempos. No debe ser por pura casualidad que la pasión por la

palabra bien dicha, ya sea causa o efecto, ha llevado a muchos de estos

escritores a ejercerse en la propaganda comercial, o como correctores de

estilo en casas editoriales.

Afán de universalidad
El micro-relato debe su impulso vital a las grandes lecturas y a ellas

responde. Es un diálogo universal de libros balanceándose entre dos polos: la

escritura que habla de sí misma y la que dialoga con otros libros. Su asunto

es a veces simbólico o emblemático y de carácter intemporal. Participa

novedosamente a veces de la sabiduría del adagio, el aforismo y la parábola,

y al mismo tiempo, del ensayo o anotación de diario. El final de un

micro-relato es frecuentemente el descubrimiento de una verdad o de una

paradoja.

Sentido de humor
El micro-relato está a menudo regido por el humor, que a veces es escéptico o

irreverente. Su autor ocupa la posición superior del observador de la

absurdidez del mundo y así encuentra el humor y la ironía. Recordemos que el

placer que proporciona al ser humano satisfacer la necesidad de juego por

medio de palabras lo ha llevado a quererlas preservar por escrito cuando ya

en tiempos antiguos estos juegos se multiplicaron y se hicieron tan extensos

o complejos que era imposible ya repetirlos de memoria. El micro-relato

recupera ese sentido de juego en un movimiento cíclico. Juega, en fin, con la

razón y la intuición, y, ante todo, juega con la capacidad expresiva del

lenguaje.

Rebeldía y originalidad

El micro-relato demuestra ciertos elementos de anarquía intelectual y

espiritual. Primeramente, juega irreverente-mente con las tradiciones

establecidas por la preceptiva al escaparse de las clasificaciones genéricas,

y se complace en romper las barreras entre cuento, ensayo y poema en prosa.

Juega con la literatura misma en sus alusiones y reversiones. Juega con

actitudes aceptadas mecánicamente ofreciendo o redescubriendo perspectivas.

Juega con el concepto de la realidad, la desproporción y la paradoja. Su

autor se vale de variados recursos narrativos, y sorprende al lector con un

despliegue de ideas, de palabras, o un punto de vista insospechado. Este

afán de novedad le lleva, no sólo a rescatar fórmulas de escritura antiguas

como son la fábula y el bestiario, sino también a insertar formatos nuevos,

no literarios, procedentes de la tecnología y de los medios modernos de

comunicación. El autor de micro-relatos se siente parte de una élite

universal en un doble movimiento de aislamiento y solidaridad.


*

En fin, el mérito de estos textos mínimos, que ya poseen una tradición en

español, es que rompen con la mecanización del lenguaje y retornan a la buena

prosa. Sus monstruos son el utilitarismo, la solemnidad, el falso progreso,

la degradación de las ilusiones, la cotidianeidad, la pedantería, la

tecnología moderna, el pensamiento anquilosado. Su moneda de cambio es el

humor, y su verdadera médu1a es la presentación del hombre como

súbdito insumiso.

©Dolores M. Koch Diciembre 2001

"El objetivo del escritor" por Guy de Maupassant

La meta (del escritor serio) no es contarnos una historia, ni conmovernos o divertirnos, sino hacernos pensar y llevarnos a entender el sentido oculto y profundo d elos hechos. Dado que ha observado y meditado, el escritor aprecia el universo, los objetos, los hechos, y los seres humanos de una manera personal que es el resultado de combinar sus observaciones y reflexiones. Lo que trata de comunicarnos en esta visión personal del mundo, reproducida en su ficción. A fin de conmovernos como él ha sido conmovido or el espectaculo de la vida, debe reproducirlo ante nuestros ojos con escrupulosa exactitud. Debe componer su obra con tal sagacidad, con tal disimulo y aprarente simplicidad, que sea imposible descubrir su plan o percebir sus intenciones.

En lugar de urdir una aventura y deliarla de modo que sea interesante de principio a fin, el escritor deberá partir de un momento determinado en la existencia de sus personajes y conducirlos a través de transiciones naturales hasta el periodo siguiente. Ha de mostrar cómo las mentes cambian bajo el influjo de las circunstancias del ambiente, y cómo se desenvuelven los sentimientos y las pasiones. De tal modo, mostrará nuestros amores, nuestros odios, nuestras luchas, en toda suerte de condiciones sociales, y cómo los intereses – sociales , financieros, políticos, y personales – compiten entre sí.

La inteligencia del escritor en la creación de su trama residirá, entonces, no en el uso de lo sentimental o lo encantador, en un inicio fascinante o una catástrofe emotiva, sino en la combianción ingeniosa de pequeños detalles constantes de los que el lector habrá de comprender un sentido definitivo en la obra... (El autor) deberá saber cómo eliminar, de entre los minúsculos e innumerables detalles cotidianos, todos los que le sean inútiles; debe subrayar aquellos que hayan escapado a la atención de observadores menos acuciosos, aquellos que dan a la historia su efecto y valor en tanto ficción.

Un escritor hallaría imposible describir todo lo que hay en la vida, pues precisaría de un volumen diarios para enlista la multitud de incidentes sin importancia que llenan nuestras horas.

Cierta selectividad se hace indispensable... lo que representa el primer revés para la teorí de la “completa verdad” (de la literatura realista).

La vida, además, está compuesta de los elementos más impredecibles, dispares y contradictorios. Es brutal, inconsecuente y desmadejada, llena de catástrofes inexplicables, ilógicas.

He aquí por qué el escritor, una vez escogido su tema, ha de tomar del caos de la vida, entorpecida pro riesos y tivialidades, sólo los detalles útiles para su asunto y omitir el resto.

Un ejemplo entre mil. El número de seres humanos que mueren cad a día en el mundo a causa de algún accidente es considerable. Pero ¿nos es dable dejar caer una teja en la cabeza de nuestro protagonista, o arrojarlo bajo las ruedas de una carreta, a medias de la narración, con la excusa de que es indispensable incluir un accidente?

La vida puede permitirse omitir diferencias, o bien acelerar ciertos hechos y posponer otros. La literatura, por su parte, presenta hechos inteligentemente orquestados y transiciones ocultas, incidentes esenciales realizados por la sola habilidad del escritor. Cuando el autor da a cada detalle su exacta tonalidad, acorde con su importancia, produce la honda impresión de la verdad particual que desea hacer resaltar.

Para que las cosas parezcan reales en la página se debe procurar la más completa ilusión de realidad a través de seguir el orden lógico de los hechos y no mediante la trancripción rigurosa de la desordenada sucesión del acontecer cronológico de la vida.

Mi conclusión, a partir de este análisis, es que los escritores que se llaman a sí mismos realistas, deberían, más bien, nombrarse ilusionistas.

Cuán pueril es, más aún, creer en una realidad absoluta, pues cada uno lleva la suya propia en sus pensmientos y sus sentidos. Nuestros ojos, nuestros oídos, nuestro olfato, nuestro gusto, crean tantas verdades como individuos hay. Nuestras mentes, en las que la información captada por los sentidos ha dejado huellas diversas, comprenden, analizan y juzgan como si cada uno de nosotros perteneciese a una raza distinta.

Así, cada quien crea, individualmente, una ilusión personal del mundo, que puede ser poética, sentimental, gozosa, melancólica, sórdida o frágil, de acuerdo con nuestras naturalezas. La meta del escritor es reproducir fielmente esta ilusión de realidad mediante el uso de todas las técnicas literarias a su alcance.