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el expreso de medianoche

Una lectora corrige a su escritor preferido (Manuel Vázquez Montalbán)

Por más intentos que haga de ignorar, eludir, soslayar, mis comentarios sobre su novela El Final, a pesar de que un Rey le felicite por ella (como estadista puede que sea una joya, pero... chico, qué discursos más cursis compone -o se deja componer-; una buena crítica por parte de tal crítico: "Lacoste!, Lacoste!"). Basta ya de pelar la pava, no tenemos tiempo que perder (temo que inicie sus vacaciones, y nos quedemos en "suspenso"; eso de tener que trasladar a septiembre lo que pudo haber sido y no fue, no va conmigo). Cuando se ha tenido como objetivo recrear Las meninas —las de Velázquez—, uno no puede conformarse con haber hecho un chiste, por buenos que sean el chiste y su autor. El Final nace jugando a transgredir el principio de Pauli (dos cuerpos no pueden ocupar, a la vez, el mismo espacio al mismo tiempo). "El autor" se plantea precintar una novela a concurso e iluminar los entresijos económicos, políticos, literarios en el fallo de un premio. Un espejo perfecto en el que puedes caminar hacia dentro o hacia fuera (la realidad del momento o, el momento, en la ficción) sin apenas darte cuenta: genial. Un remedo de cómo Velázquez concibió Las meninas; haciendo que el autor, incluso el espectador, sean parte de la composición, un planteamiento, en aquel momento insólito, con resultado de: espléndido. En cuanto al planteamiento: 10.
Estoy pensando que, salvo que me lo permita, expresamente, no puedo continuar, mi buena educación me lo impide; ¿es mucho pedir que responda con un simple sí o no? Cuánto me gustaría que su fax emitiera en vez de ese impertinente sonido neutro, música de bolero, le convendría mucho a mi "negocio", será más fácil si usted sonara así: "adoro las cosas que me dices, adoro nuestros ratos felices...".

Su fax no me ha llegado, pero no me doy por vencida y prosigo el desguace de El Final. Para el abocetado de los personajes, usted utiliza la técnica goyesca, es decir: pinceladas gruesas, resueltas, seguras, que, con la precisión de un bisturí, hacen aflorar la individualidad de cada uno. Cromático. Los distintos retratos progresan en lucidez a cada página, en cada párrafo. El ritmo tiene la cadencia del Bolero de Ravel, pausado pero in crescendo; no se puede parar de leer, como no se puede aplazar la audición de esa pieza, es la gloria del "más de lo mismo", cuando lo mismo es tan bello. En las mejores piezas musicales, la clave está en el contrapunto, con él se armoniza la composición; su personaje central es, precisamente, el encargado de darle visos de realidad, de hacer "digestible", ligero, un paisanaje denso, casi intrincado. El Final tiene en su desarrollo vocación polifónica, trata de ejecutar a la vez distintas melodías, esboza por un lado la trama económica, por otro la político-social y finalmente la literaria, como lo haría un compositor: solapando un tema con el otro, el primero que suene en solitario, luego se fusione con el siguiente, lo abandone para que luzca, sólo, este último que se imbricará con el tercero... y vuelta -ouroboros- a empezar. Sinfónico. Pero en algún momento empieza a deslavazarse la sinfonía; los sones persisten y los tiempos se respetan, es cierto, pero... el resultado es una amalgama de temas que suenan dispares, estridentes con frecuencia. No quise preocuparme (me dije: es seguro que lo hace a propósito —quiere que esto suene a gallinero—), continué leyendo aunque ya con ciertos reparos. La música que, ahora, debería emitir su fax: "Adiós barquita de vela / galeón de mi querer. / Tu bandera y mi bandera/ ya no han de volverse a ver. / ... Replay, please".

Inútilmente esperé su fax mientras me cambiaba varias veces de pijama. Soy rubia y mis amigos dicen que me parezco a Sharon Stone. ¿Creía haberse librado de mí? No me conoce. En base a la percepción, casi cabalística, que me sugiere la novela, andaba yo a caballo de distintas y encontradas emociones... Cuando recordé las ecuaciones de segundo grado, esas que resuelven las expresiones matemáticas que admiten dos resultados, son triviales para mí y, al parecer, también para usted. Siempre me parecieron las matemáticas un producto etéreo, seráfico, sujeto a los más estrictos preceptos, sin mácula, sin fisuras, virginal, tan sólido y consistente que... daba asco; hasta que aparecieron por el horizonte, para rescatarlas de ranciedad, de rigidez, de olor a virtud, las mencionadas ecuaciones, convirtiendo esta disciplina en mágica, indeterminada, ambigua, en una palabra: desconcertante. El plural con el que se las nombra ya pronostica tan mudable naturaleza. Para El Final deseo el legítimo éxito que merecen frecuentemente sus obras, aunque esta vez un éxito no tan lícito. Le explico: una personalidad tan intrincada como la suya es capaz de astucias sibilinas capaces de fraguar objetivos como el que ideó para El Final. El final está contado como si de estertores se tratara, prolongada y fatigosamente. Infumable. De no haberlo escrito bien tiene usted la culpa. El dolo le cabe por abordar esta novela como un imposible remate de su obra, de ahí el título El Final. Yo soy capaz de "perdonarle" y defender su causa en casi todas las circunstancias, también ahora lo haría, pero la condición necesaria no se da, la novela está desigualmente escrita y... justo, o no —cuando hay un poco de bueno y un poco de malo—, el promedio lo resume en: malo. Es usted mi escritor favorito desde que leí Las desnudas y las muertas. Por eso la frustración me impide estar de su lado. Además, usted no ha contestado mis faxes desde hace cinco años, y cuando le llevé, personalmente, a El Corte Inglés un libro para que me lo dedicara, se limitó a ponerme cordialmente, en letras muy grandes, eso sí. Espero que entienda mi disgusto, aunque éste no depende de su grado de comprensión. Y el silencio de su fax me confirma que usted no admite las críticas, ni valora que cada vez que le escribo un fax me cambio el pijama y que este último se lo escribo sin pijama. Presiento que me voy a pasar a Antonio Gala. No, no hay música ya entre usted y yo.

Epílogo. Los Reyes Magos existen. Su llamada telefónica ha sido "una experiencia religiosa", todavía estoy aturdida y balbuceante. Yo le imaginaba tímido ademas de muy ocupado, algo engolado. Por ello supuse que, como mucho y con suerte, me enviaría mediante el fax un lacónico sí, o no. Me ha sorprendido del todo, no sólo por el medio, también sus explicaciones. Me ha convencido. El Final es una novela necesaria y ¿qué hay por encima de lo necesario? ¿Qué puedo ofrecerle para compensar su atención hacia mí? Conozco sus debilidades y si le tientan le facilitaré personalmente, pormenorizadamente, los secretos de mi "empanada de bonito en hojaldre" y mi "ensalada de naranjas con ajo". ¿Prefiere que le envíe mis recetas a la redacción de EL PAÍS? Me absorbe el desenlace de El Final en mi nueva, clarificadora, relectura.

¿Sabe que tiene una voz muy cálida, también retórica, y un punto "suficiente"? Su voz tiene tacto. En el Olimpo, ¿todos los dioses hablan como usted?

Manuel Vázquez Montalbán, 1999

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