Melomanía
Había decidido trasladarse durante una temporada a aquella cabaña perdida en el bosque, sin previo aviso y sin dar pista alguna sobre su paradero. La intención del músico era hallar el aislamiento y la tranquilidad necesarias para poder concentrarse e inspirarse en la composición de una nueva canción. Una vez que lograra construir los
versos y la estructura básica de la canción se dispondría a registrarla. Cuando llegó ese momento, tomó su guitarra y comenzó a tocar aquella canción, acomodado en un taburete de cuero. Mientras rasgaba las cuerdas de su guitarra comenzó a entonar el estribillo de la canción, que registraba con su pequeño radiocasete a modo de demo. De súbito, repentina e involuntariamente dejó de cantar, comprobando que, sin razón aparente, había desaparecido su voz. No obstante, pese a este inoportuno contratiempo, decidió continuar tocando su tema a la guitarra, obstinado todavía en su propósito por cantar, pero constatando que era aquella una inútil tentativa. Mientras proseguía dibujando la posición de los dedos de su mano izquierda para formar los acordes, detectó al instante que su mano derecha se había evaporado sin previo aviso; asombrado y pesaroso ante el descubrimiento de esta nueva tara, tomó la decisión de continuar rasgando las cuerdas con el muñón de su antebrazo, a pesar de que esta nueva circunstancia le imponía una mayor dificultad para la correcta ejecución de la canción. Tras esto, no tardó en desvanecerse la mano cuyos dedos presionaban los trastes de la guitarra y, del mismo modo que ocurriera con su derecha, se transformó en un atrofiado pliegue de carne. Analizando y escrutando el nuevo estado de su anatomía, y llegando a la conclusión de que su tarea a partir de ahora resultaba prácticamente irrealizable, decidió interrumpirla provisionalmente. Se levantó, depositando con dificultad y máximo cuidado la guitarra en el suelo, para luego dirigirse hacia el radiocasete y tratar de apretar el botón de stop. Logró, con cierta dificultad, dar al pequeño botón mediante el dedo gordo de uno de sus pies. A continuación, trató de accionar el botón de rebobinado con la ayuda del mismo dedo, pero torpemente dio en dar al botón de encendido de la radio, que comenzó a sonar de manera estruendosa. Trató de pulsar el botón de apagado, pero en aquel instante vio con sus propios ojos cómo sus pies se esfumaban: como es lógico, cayó al suelo. A continuación, comprobó cómo progresivamente sus brazos y sus piernas se iban borrando, resultando su actual cuerpo físico compuesto tan sólo de cabeza y tronco. Tuvo suerte de que se hallara próximo al aparato, con lo que se dispuso a reptar hasta alcanzarlo. Una vez que logró situar su cabeza junto al radiocasete, trató de atisbar el botón de apagado, pero comprobó que éste se encontraba en la parte superior, muy lejos de su alcance. No obstante, trató de atinar sin precisión con su nariz y, con un azaroso gesto, logró dar al botón de reproducción del radiocasete. Una vez alcanzado este logro le invadió repentinamente la oscuridad , deduciendo que era su vista la que en ese instante se unía a su lista de discapacidades. Transcurrido un breve espacio de tiempo, comenzó a sonar a todo volumen la canción que había registrado hacía unos instantes, antes de que todo comenzara. Escuchó el fragmento de la canción y, tras esto, desaparecieron sus fuerzas. A continuación, retornó el silencio, pero al cabo de unos minutos alrededor de ocho, menos tiempo del que constaba el casete de diez minutos que había utilizado para grabar- la canción volvió a sonar, advirtiendo y recordando el músico que la tecla de reproducción continua del casete había sido activada por él mismo cuando comenzara a grabar. Tras la tercera o cuarta ocasión en que hubo escuchado la canción, aguardaba todavía esperanzado el advenimiento de una nueva discapacidad, pero pasadas las horas, no llegó a experimentar nuevos cambios. Con el lento, pero ininterrumpido paso del tiempo -y a pesar de su esencial condición de melómano-, lo que comenzaba con creciente impaciencia a anhelar en el fondo de su alma era la pronta anulación de aquel sentido que tanto apreciara antaño: el oído. No obstante, éste permaneció siempre intacto, proporcionándole con solvencia su inherente calidad, y sometiéndole así a escuchar su maldita canción hasta el fin. Incluso más allá.
Franz_126
versos y la estructura básica de la canción se dispondría a registrarla. Cuando llegó ese momento, tomó su guitarra y comenzó a tocar aquella canción, acomodado en un taburete de cuero. Mientras rasgaba las cuerdas de su guitarra comenzó a entonar el estribillo de la canción, que registraba con su pequeño radiocasete a modo de demo. De súbito, repentina e involuntariamente dejó de cantar, comprobando que, sin razón aparente, había desaparecido su voz. No obstante, pese a este inoportuno contratiempo, decidió continuar tocando su tema a la guitarra, obstinado todavía en su propósito por cantar, pero constatando que era aquella una inútil tentativa. Mientras proseguía dibujando la posición de los dedos de su mano izquierda para formar los acordes, detectó al instante que su mano derecha se había evaporado sin previo aviso; asombrado y pesaroso ante el descubrimiento de esta nueva tara, tomó la decisión de continuar rasgando las cuerdas con el muñón de su antebrazo, a pesar de que esta nueva circunstancia le imponía una mayor dificultad para la correcta ejecución de la canción. Tras esto, no tardó en desvanecerse la mano cuyos dedos presionaban los trastes de la guitarra y, del mismo modo que ocurriera con su derecha, se transformó en un atrofiado pliegue de carne. Analizando y escrutando el nuevo estado de su anatomía, y llegando a la conclusión de que su tarea a partir de ahora resultaba prácticamente irrealizable, decidió interrumpirla provisionalmente. Se levantó, depositando con dificultad y máximo cuidado la guitarra en el suelo, para luego dirigirse hacia el radiocasete y tratar de apretar el botón de stop. Logró, con cierta dificultad, dar al pequeño botón mediante el dedo gordo de uno de sus pies. A continuación, trató de accionar el botón de rebobinado con la ayuda del mismo dedo, pero torpemente dio en dar al botón de encendido de la radio, que comenzó a sonar de manera estruendosa. Trató de pulsar el botón de apagado, pero en aquel instante vio con sus propios ojos cómo sus pies se esfumaban: como es lógico, cayó al suelo. A continuación, comprobó cómo progresivamente sus brazos y sus piernas se iban borrando, resultando su actual cuerpo físico compuesto tan sólo de cabeza y tronco. Tuvo suerte de que se hallara próximo al aparato, con lo que se dispuso a reptar hasta alcanzarlo. Una vez que logró situar su cabeza junto al radiocasete, trató de atisbar el botón de apagado, pero comprobó que éste se encontraba en la parte superior, muy lejos de su alcance. No obstante, trató de atinar sin precisión con su nariz y, con un azaroso gesto, logró dar al botón de reproducción del radiocasete. Una vez alcanzado este logro le invadió repentinamente la oscuridad , deduciendo que era su vista la que en ese instante se unía a su lista de discapacidades. Transcurrido un breve espacio de tiempo, comenzó a sonar a todo volumen la canción que había registrado hacía unos instantes, antes de que todo comenzara. Escuchó el fragmento de la canción y, tras esto, desaparecieron sus fuerzas. A continuación, retornó el silencio, pero al cabo de unos minutos alrededor de ocho, menos tiempo del que constaba el casete de diez minutos que había utilizado para grabar- la canción volvió a sonar, advirtiendo y recordando el músico que la tecla de reproducción continua del casete había sido activada por él mismo cuando comenzara a grabar. Tras la tercera o cuarta ocasión en que hubo escuchado la canción, aguardaba todavía esperanzado el advenimiento de una nueva discapacidad, pero pasadas las horas, no llegó a experimentar nuevos cambios. Con el lento, pero ininterrumpido paso del tiempo -y a pesar de su esencial condición de melómano-, lo que comenzaba con creciente impaciencia a anhelar en el fondo de su alma era la pronta anulación de aquel sentido que tanto apreciara antaño: el oído. No obstante, éste permaneció siempre intacto, proporcionándole con solvencia su inherente calidad, y sometiéndole así a escuchar su maldita canción hasta el fin. Incluso más allá.
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