Dos fábulas revisadas (o revisitadas)
El Águila y el Cuervo
Cuenta una fábula que un buen día, el Águila Reina se hizo amiga del Cuervo Plebeyo, y le invitó a pasar una velada en su lujosa mansión. Recorrieron juntos, pues, parte de la hermosa orografía de aquella región hasta llegar a la residencia del Águila. Al llegar al fastuoso salón, ambas aves se sentaron a la mesa, y el Águila le ofreció amablemente multitud de manjares que jamás el cuervo había degustado. Mientras disfrutaban de una exquisita cena, el Cuervo observó a su alrededor multitud de objetos valiosos, entre los que se encontraba un trofeo de plata que el Águila había conseguido por méritos de caza.
-Poseo multitud de hectáreas y árboles, de montañas y ríos explicó el Águila-. Poseo riquísimos manjares, tesoros y los más bellos atuendos. Poseo las más avanzadas armas de caza, multitud de diferentes afilados picos protésicos e hirientes garras metálicas. Incluso, poseo un microchip para pasar inadvertida ante mis presas. Poseo...
Mientras el águila continuaba relatando todas sus posesiones, un estruendoso ruido irrumpió en el salón: a continuación, comenzaron a invadir la estancia varios buitres que destrozaron parte de las pertenencias de la mansión. Salieron enseguida el Águila y el Cuervo huyendo por los ventanales laterales, mientras comprobaban que la región había sido invadida por una colonia de buitres que comenzaron a arramblar con todas las pertenencias del Águila Reina. Por suerte, pudieron el Águila y el Cuervo huir del lugar y trasladarse a otra región.
Llegaron tras una agotadora jornada a otra rica y frondosa región, en donde atisbaron un castillo junto a una colina. El Águila le instó al Cuervo:
-Ven conmigo al castillo. Pues debes saber que también poseo esta región y todo lo que la compone, incluido el castillo. Allí estaremos a salvo de los buitres.
El cuervo, receloso y pensativo, le contestó:
-Lo siento... Creo que regresaré a los postes de telégrafo de las carreteras. Aun no disponiendo de tantos lujos, estaré más tranquilo.
El Águila se quedó perpleja ante la decisión de su amigo, y contempló cómo rápidamente se alejaba el Cuervo hacia el valle.
De vuelta a los postes, un día el cuervo plebeyo halló en el camino un viejo manuscrito. Lo leyó admirado, y se fijó en el autor: Esopo. Se quedó perplejo por la paradoja, y por aquel misterioso anagrama. Variando sus letras, volvió a recordar las palabras del Águila: Poseo...
* * *
El búho que escribía historias de terror
Érase una vez un búho al que le gustaba cazar por el día a sus presas, mientras que por las noches escribía historias de terror. Este singular y excéntrico búho despertaba cada mañana para darse una vuelta por el bosque y posarse en su rama predilecta.
Un buen día, el búho atisbó desde el árbol cómo con paso ligero -y ligera de ropa- se acercaba por el camino una bella jovencita. No dudó el búho en dirigirse altanero a la señorita:
-¿Dónde vas tú tan rapidita, dulce Venusita?
-Voy a llevar esta cestita a mi abuelita... ¡Ah, por cierto! Y me llamo Caperucita... contestó presumida y pizpireta.
-Pues espera y deja si quieres la cestita abordó el búho-. Pues lo rico no está ahí...
No tardó el búho, en consecuencia, en abalanzarse sobre Caperucita, y mientras la desnudaba con sus garras y le comenzaba a dar picotazos por entre sus tiernos muslos, la joven damisela, impotente, comenzó a lanzar unos extraños silbidos. Eran aquellos, pues, unos silbidos de auxilio, como más tarde comprobara el búho.
Mientras violentamente el búho continuaba con su propósito, comprobó como un potente y retumbante sonido hacía temblar la tierra. Vio así, como ante sus ojos aparecía un extraño vehículo que se adentraba en el claro del bosque. Se trataba de una especie de submarino, aunque con neumáticos, y por tierra. Atónito, el búho observó cómo se abría la compuerta del submarino y comenzaban a asomarse una especie de patas enormes. Mientras seguían apareciendo patas y patas que se encaminaban hacia el exterior de aquel descomunal submarino, comprobó que aquella criatura se asemejaba a una especie de ciempiés gigante. Aquel ciempiés se dirigía amenazante hacia el búho, sin vacilar. En aquel momento, Caperucita, una vez incorporada, y tratando de arreglar sus ropas, extrajo una litografía de su cestita, y mostrándosela con una malvada y vengativa sonrisa al búho, dijo:
-Ya está aquí mi abuelita...
El búho echó un vistazo a la litografía de aquel monstruoso y terrible ser que, ya próximo a él, lanzó un impresionante alarido. Ante esto, el búho se valió de su útil defensa volátil y salió alas para que te quiero a toda velocidad hacia el interior del bosque.
Después de aquel inolvidable y terrible incidente, pasadas unas noches, el búho dio por finalizada su historia. Así pues, se dispuso a imprimir en papel aquella terrorífica historia que un buen día se encontró de manera súbita y paradójica. Curiosamente, el ruido de la impresora le traía a la memoria aquel espeluznante y temible alarido...
Franz_126
Cuenta una fábula que un buen día, el Águila Reina se hizo amiga del Cuervo Plebeyo, y le invitó a pasar una velada en su lujosa mansión. Recorrieron juntos, pues, parte de la hermosa orografía de aquella región hasta llegar a la residencia del Águila. Al llegar al fastuoso salón, ambas aves se sentaron a la mesa, y el Águila le ofreció amablemente multitud de manjares que jamás el cuervo había degustado. Mientras disfrutaban de una exquisita cena, el Cuervo observó a su alrededor multitud de objetos valiosos, entre los que se encontraba un trofeo de plata que el Águila había conseguido por méritos de caza.
-Poseo multitud de hectáreas y árboles, de montañas y ríos explicó el Águila-. Poseo riquísimos manjares, tesoros y los más bellos atuendos. Poseo las más avanzadas armas de caza, multitud de diferentes afilados picos protésicos e hirientes garras metálicas. Incluso, poseo un microchip para pasar inadvertida ante mis presas. Poseo...
Mientras el águila continuaba relatando todas sus posesiones, un estruendoso ruido irrumpió en el salón: a continuación, comenzaron a invadir la estancia varios buitres que destrozaron parte de las pertenencias de la mansión. Salieron enseguida el Águila y el Cuervo huyendo por los ventanales laterales, mientras comprobaban que la región había sido invadida por una colonia de buitres que comenzaron a arramblar con todas las pertenencias del Águila Reina. Por suerte, pudieron el Águila y el Cuervo huir del lugar y trasladarse a otra región.
Llegaron tras una agotadora jornada a otra rica y frondosa región, en donde atisbaron un castillo junto a una colina. El Águila le instó al Cuervo:
-Ven conmigo al castillo. Pues debes saber que también poseo esta región y todo lo que la compone, incluido el castillo. Allí estaremos a salvo de los buitres.
El cuervo, receloso y pensativo, le contestó:
-Lo siento... Creo que regresaré a los postes de telégrafo de las carreteras. Aun no disponiendo de tantos lujos, estaré más tranquilo.
El Águila se quedó perpleja ante la decisión de su amigo, y contempló cómo rápidamente se alejaba el Cuervo hacia el valle.
De vuelta a los postes, un día el cuervo plebeyo halló en el camino un viejo manuscrito. Lo leyó admirado, y se fijó en el autor: Esopo. Se quedó perplejo por la paradoja, y por aquel misterioso anagrama. Variando sus letras, volvió a recordar las palabras del Águila: Poseo...
* * *
El búho que escribía historias de terror
Érase una vez un búho al que le gustaba cazar por el día a sus presas, mientras que por las noches escribía historias de terror. Este singular y excéntrico búho despertaba cada mañana para darse una vuelta por el bosque y posarse en su rama predilecta.
Un buen día, el búho atisbó desde el árbol cómo con paso ligero -y ligera de ropa- se acercaba por el camino una bella jovencita. No dudó el búho en dirigirse altanero a la señorita:
-¿Dónde vas tú tan rapidita, dulce Venusita?
-Voy a llevar esta cestita a mi abuelita... ¡Ah, por cierto! Y me llamo Caperucita... contestó presumida y pizpireta.
-Pues espera y deja si quieres la cestita abordó el búho-. Pues lo rico no está ahí...
No tardó el búho, en consecuencia, en abalanzarse sobre Caperucita, y mientras la desnudaba con sus garras y le comenzaba a dar picotazos por entre sus tiernos muslos, la joven damisela, impotente, comenzó a lanzar unos extraños silbidos. Eran aquellos, pues, unos silbidos de auxilio, como más tarde comprobara el búho.
Mientras violentamente el búho continuaba con su propósito, comprobó como un potente y retumbante sonido hacía temblar la tierra. Vio así, como ante sus ojos aparecía un extraño vehículo que se adentraba en el claro del bosque. Se trataba de una especie de submarino, aunque con neumáticos, y por tierra. Atónito, el búho observó cómo se abría la compuerta del submarino y comenzaban a asomarse una especie de patas enormes. Mientras seguían apareciendo patas y patas que se encaminaban hacia el exterior de aquel descomunal submarino, comprobó que aquella criatura se asemejaba a una especie de ciempiés gigante. Aquel ciempiés se dirigía amenazante hacia el búho, sin vacilar. En aquel momento, Caperucita, una vez incorporada, y tratando de arreglar sus ropas, extrajo una litografía de su cestita, y mostrándosela con una malvada y vengativa sonrisa al búho, dijo:
-Ya está aquí mi abuelita...
El búho echó un vistazo a la litografía de aquel monstruoso y terrible ser que, ya próximo a él, lanzó un impresionante alarido. Ante esto, el búho se valió de su útil defensa volátil y salió alas para que te quiero a toda velocidad hacia el interior del bosque.
Después de aquel inolvidable y terrible incidente, pasadas unas noches, el búho dio por finalizada su historia. Así pues, se dispuso a imprimir en papel aquella terrorífica historia que un buen día se encontró de manera súbita y paradójica. Curiosamente, el ruido de la impresora le traía a la memoria aquel espeluznante y temible alarido...
Franz_126
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