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el expreso de medianoche

Crimen Desorganizado, S.A.

Crimen Desorganizado, S.A. Antes de salir de casa, Bebo Léxico tomó la damajuana y vertió el negruzco líquido en un ancho vaso de Bohemia, deglutiendo el contenido de un solo trago a su buche, reorganizando así el caótico estado de su metabolismo. Tomó las llaves del seiscientos y salió pitando hacia el Comité Central.

Mientras circulaba por la larga Avenida del Miedo, saltándose semáforos en rojo y zigzagueando por entre los plátanos que delimitaban la mediana, una gangosa voz que surgía del altavoz de la emisora le alertó; deceleró su casi suicida marcha.

-Qxxxt, qxt... ¡Atención, atención! Qxxxxt... Agente Diéresis-U, qtxxxxt. Diríjase al Paraninfo de la Facultad Central de Letras, qxxxxt... Parece ser que se ha localizado un 7-BPH-40, qxxxt. Es urgente, qxxxxxt.

Enseguida, Léxico se dispuso a virar su marcha, realizando un brusco trompo que casi hace volcar su viejo carro.

Detuvo el coche en la misma puerta. Sacó la petaca de la guantera, echó un impetuoso trago, y se dirigió con parsimonia, aunque afectadamente, hacia el pasillo que conducía al Paraninfo. A las puertas se encontró con la decana que, mientras se rascaba nerviosa un muslo, mostraba un pliegue de su blanca enagua.

-Buenos días, agente... –saludó con cierta expresión de abulia-. Entre usted, por favor... Yo no puedo...

Empujó la enorme puerta de entrada y se encontró con un larguirucho tipo que registraba una mochila.

-¿Dónde está? –interrogó sin ambages al que parecía un letrado, aunque desgarbado profesor.

-Hola, agente... Lo encontré en la mochila y lo deposité enseguida en ese escritorio.

Léxico se dirigió al escritorio y allí lo halló, prácticamente abierto en canal, mostrando su “negrura” (en ambos sentidos) por entre las láminas de su albo cuerpo. Lo examinó exageradamente durante varios minutos, antes de manipularlo; siempre le gustaba presumir de perfeccionismo.

Al cabo de unos minutos se puso los guantes, y comenzó a examinarlo a fondo. Dio la vuelta al cuerpo del delito y examinó su dura piel frontal. Allí, leyendo aquellas letras y observando aquel patético dibujo, descubrió el crimen:

“Sabor a fuel”, por A.R. Quilmada.

-¡Maldita sea! –exclamó furioso-. Parece ser que ha vuelto a resurgir de nuevo la plaga... Nuestro despiadado homicida ha vuelto a sus andadas, tratando de corromper las mentes de los novatos estudiantes. ¿Se sabe algo del dueño de la mochila?

-Me temo que no... –contestó el compungido profesor-.

-En fin... –se dijo Léxico, contrariado, aunque resignado-. Me temo que será necesario dar comienzo a una exhaustiva investigación.

Franz_126

1 comentario

Chajaira -

No cabe duda que cualquier parecido con la realidad pueda se pura ficción o desorbitado desliz. No sé de momento analizar o darte un juicio de lo que, hasta ahora, me parece un proyecto que requiere una voraz imaginación.
Te espero alerta y algo más que curiosa a que continúes.

Un cordial saludo.