Blogia
el expreso de medianoche

Crimen Desorganizado, S.A.

Crimen Desorganizado, S.A. Esta vez no soñó. Hecho insólito desde un tiempo a esa parte. No hubo pesadillas, o al menos, no recordaba haberlas tenido. Recién abiertos los ojos, no obstante, tuvo la sensación de que una especie de pesadilla le invadía su subconsciente. Un tipo extraño, con cara y expresión extraña, y haciendo unas muecas no menos extrañas, le daba tortas reanimadoras en ambos carrillos. Se incorporó alarmadamente. Detuvo los brazos de aquel tipo, reclamando una explicación. No obstante, aquel extraño no respondía, por muchos ruegos que le hiciera. Se quedó a solas un instante, al cabo del cual regresó aquel mudo blandiendo un libro delante de sus narices, a la par que arqueando sus pobladas cejas. Le arrebató el libro impacientemente y echó un vistazo a la portada: “Sabor a fuel”, por A. R. Quilmada. Aquel nombre hizo que comenzara a recobrarse de su efímera amnesia. Paulatinamente fue recomponiendo su memoria, a la par que comenzaba a reconocer a aquel personaje digno de pesadilla. También comenzó a notar un agudo dolor en su nuca, cosa que le hizo apreciar de nuevo la realidad. Su compañero se encogió de hombros, a la vez que extendía sus manos con gesto de impotencia.

        -Oh... Vaya... Suspensivo –se dirigió Léxico, mientras palpaba su vendaje en la cabeza-. ¿Qué demonios ha ocurrido?  

        Acto seguido, vio cómo su ayudante sacaba su teléfono móvil y marcaba un número. A continuación le pasó el aparato a Léxico, que le agradeció su eficaz respuesta y sin par locuacidad. Después de tres tonos, una voz familiar le saludó exultante.

        -¡Hola, Léxico! ¿Estás ahí? –inquirió el comisario Hiato-. ¡Habéis hecho un trabajo estupendo! Y creo que debes estar orgulloso de la inestimable ayuda de tu hábil compañero. Por cierto... ¿Qué tal estás?

        -Dejando a un lado esta repentina y taladrante migraña, bien... 

        -Me alegro... –respondió Hiato-. Bueno, verás... Suspensivo me ha contado todo... Después de que hallarais la mercancía un tipo te golpeó por la espalda. Suspensivo, que se percató enseguida del peligro, desenfundó sus nuchacos y acertó a desarmar al tipo de su amenazante revólver. El sospechoso no tuvo más remedio que salir corriendo, ante los movimientos intimidatorios de Suspensivo. Éste trató de perseguirle; no obstante, el tipo salió a toda mecha, y Suspensivo, ante la situación, optó por regresar y preocuparse por tu estado de salud...

        -¿Todo eso se lo ha contado... él? –inquirió Léxico, lanzando una desconcertada mirada a su compañero-. Preguntaría más: ¿Todo eso hizo... él? 

        -¿Suspensivo? Pues claro, hombre... –corroboró Hiato-. Además, tenemos nuevos datos, y nos hemos puesto en marcha inmediatamente. Suspensivo descubrió un albarán procedente de una famosa casa editorial sita en Marvela. He dado orden para que nuestros hombres en la delegación marvelí se dirijan allí con una orden de detención y registro. Ah, por cierto. Suspensivo descubrió que tu agresor era de origen oriental, así que es probable que se trate del mismo Li Jung So. De todas formas, Suspensivo ha guardado su revólver como prueba, cosa que nos servirá para identificarle sin lugar a error.

        -Bien, comisario. Entonces, ¿qué hacemos nosotros ahora? 

        -Por el momento nada. Trata de recuperarte y vete a que te vea un médico. El vendaje que te puso Suspensivo fue un remedio primeros auxilios; aunque puede ser que te tengan que dar algunos puntos. Luego, regresad aquí. Nuestros hombres en Marvela se encargarán de arrestar a los responsables de la editorial. Luego tan sólo hará falta descubrir al cabecilla de la banda.

        Perdone, comisario... –repuso Léxico-. Pero me gusta terminar mis trabajos hasta el final. Me curaré la herida, pero enseguida saldré pitando hacia Marvela... Quiero descubrir a la rata madre con mis propios ojos. 

        -Está bien, Léxico –convino Hiato-. Pero cuídate. Y no hagas tonterías.

        -No se preocupe, comisario... 

        Pasó el teléfono móvil a su compañero, para que lo apagara. Miró a los ojos de aquel excéntrico compañero. La curiosidad le carcomía, y se preguntaba el por qué de su exclusiva mudez hacia su persona. Prefirió, no obstante, no saberlo, así que optó tan sólo por felicitarle por su trabajo y darle sus sentidas gracias. En respuesta, sonriendo como un histrión, su compañero le ofreció su negruzca petaca, de la cual tomó Léxico un prolongado y reconfortante trago.

 

Franz_126

 

0 comentarios