Crimen Desorganizado, S.A.
Léxico era consciente que la búsqueda del dueño de aquella mochila iba a ser un arduo trabajo, aunque jamás daba por perdido ningún caso, por muy intricado que éste fuera.
Al día siguiente, pues, se dirigió de nuevo a la Facultad de Letras, con la intención de acudir a la biblioteca, lugar donde la mochila fue hallada.
Abrió la puerta y se dirigió hacia aquella bibliotecaria, cuyas mejillas brillaban como dos luceros gracias al exagerado arrebol de su maquillaje. Se percató, curiosamente, de que aquella cuarentona le recordaba con nostalgia a una antigua amante que antaño había sido su obsesión de juventud.
Mientras Léxico le enseñaba la placa y le explicaba el motivo de su visita, la mujer pareció recobrar una expresión de miedo.
-¡Oh, agente! ¡No se puede imaginar la impresión que me llevé al hallar ese horripilante mamotreto dentro de la mochila!
-Tranquila, le comprendo... le compadeció Léxico, pasándole suavemente una mano por su escotada espalda-. Ejem... Y... dígame, señora... ¿O puedo llamarla señorita...?
-Ah... ji, ji, ji... expresó presumida-. Por favor, apuesto agente, puede usted llamarme por mi nombre de pila, Adelita... Y de tú, se lo ruego... contestó con una provocadora sonrisa.
-Bien... Pues, dime, Adelita... se decidió Léxico, con mirada seductora-. ¿Tienes algún dato sobre cuántos estudiantes pasaron ayer por la biblioteca?
Un estudiante que advirtió la íntima conversación desde un escritorio contiguo emitió un reprobatorio siseo.
A continuación, Adelita instó a Léxico a que le acompañara a la pequeña oficina situada en el interior de la recepción. Una vez dentro, Adelita cerró la puerta con llave y, con mirada lasciva decidió abalanzarse en brazos de Léxico, comenzando a desabrocharle los botones de la camisa. Léxico le correspondió infiltrando una de sus manos por las nalgas de la bibliotecaria y, a continuación, bajándole con las dos sus bragas. Comenzaron, pues, a hacer el amor procurando, en la medida de lo posible, hacer el menor ruido que pudiera alertar a los estudiantes.
Al cabo de media hora, Adelita recompuso sus ropas y salió para dar el toque de cierre a los tres estudiantes que quedaban. Una vez cerrada la biblioteca, avisó a Léxico para que saliera del cuarto. A continuación, como si acabara de hacerle aquella pregunta, le contestó:
-Pues por la tarde unos veinticinco, aproximadamente, sin contar los no socios y algún que otro ¨trashumante¨: así es como llamamos a los que vienen de fuera. De todas maneras, por las mañanas me dedico a chinear a niños del barrio, así que harás bien en preguntar a Cándido, que es el que está hasta las dos.
-¿Chinear? preguntó Léxico, extrañado.
-Ah, sí, chinear... sonrió Adelita-. Es una expresión que utilizamos en Guatemala, de donde soy... Significa cuidar niños, hacer de niñera.
Léxico apuntó la palabra en su cuaderno. Luego se despidió de Adelita, después de pedirle su teléfono, y salió de la biblioteca no tan satisfecho por la información recibida, como por el transcurso de la propia visita.
Franz_126
Al día siguiente, pues, se dirigió de nuevo a la Facultad de Letras, con la intención de acudir a la biblioteca, lugar donde la mochila fue hallada.
Abrió la puerta y se dirigió hacia aquella bibliotecaria, cuyas mejillas brillaban como dos luceros gracias al exagerado arrebol de su maquillaje. Se percató, curiosamente, de que aquella cuarentona le recordaba con nostalgia a una antigua amante que antaño había sido su obsesión de juventud.
Mientras Léxico le enseñaba la placa y le explicaba el motivo de su visita, la mujer pareció recobrar una expresión de miedo.
-¡Oh, agente! ¡No se puede imaginar la impresión que me llevé al hallar ese horripilante mamotreto dentro de la mochila!
-Tranquila, le comprendo... le compadeció Léxico, pasándole suavemente una mano por su escotada espalda-. Ejem... Y... dígame, señora... ¿O puedo llamarla señorita...?
-Ah... ji, ji, ji... expresó presumida-. Por favor, apuesto agente, puede usted llamarme por mi nombre de pila, Adelita... Y de tú, se lo ruego... contestó con una provocadora sonrisa.
-Bien... Pues, dime, Adelita... se decidió Léxico, con mirada seductora-. ¿Tienes algún dato sobre cuántos estudiantes pasaron ayer por la biblioteca?
Un estudiante que advirtió la íntima conversación desde un escritorio contiguo emitió un reprobatorio siseo.
A continuación, Adelita instó a Léxico a que le acompañara a la pequeña oficina situada en el interior de la recepción. Una vez dentro, Adelita cerró la puerta con llave y, con mirada lasciva decidió abalanzarse en brazos de Léxico, comenzando a desabrocharle los botones de la camisa. Léxico le correspondió infiltrando una de sus manos por las nalgas de la bibliotecaria y, a continuación, bajándole con las dos sus bragas. Comenzaron, pues, a hacer el amor procurando, en la medida de lo posible, hacer el menor ruido que pudiera alertar a los estudiantes.
Al cabo de media hora, Adelita recompuso sus ropas y salió para dar el toque de cierre a los tres estudiantes que quedaban. Una vez cerrada la biblioteca, avisó a Léxico para que saliera del cuarto. A continuación, como si acabara de hacerle aquella pregunta, le contestó:
-Pues por la tarde unos veinticinco, aproximadamente, sin contar los no socios y algún que otro ¨trashumante¨: así es como llamamos a los que vienen de fuera. De todas maneras, por las mañanas me dedico a chinear a niños del barrio, así que harás bien en preguntar a Cándido, que es el que está hasta las dos.
-¿Chinear? preguntó Léxico, extrañado.
-Ah, sí, chinear... sonrió Adelita-. Es una expresión que utilizamos en Guatemala, de donde soy... Significa cuidar niños, hacer de niñera.
Léxico apuntó la palabra en su cuaderno. Luego se despidió de Adelita, después de pedirle su teléfono, y salió de la biblioteca no tan satisfecho por la información recibida, como por el transcurso de la propia visita.
Franz_126
2 comentarios
Chajaira -
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