Crimen Desorganizado, S.A.
El suave aroma a café, acompañado de unos estridentes ladridos, hizo abrir los ojos a Léxico. Ante sus narices se topó con una taza bien cargada, sujetada por la blanquecina mano de Adelita, que le invitaba a probar un sorbo de aquel reconfortante líquido. En ese momento, Freddy el caniche que convivía con Adelita- comenzó a gruñir con evidentes celos del forastero. Fue entonces, mientras tomaba la taza y miraba con cierta animosidad al perro, cuando recordó que aquella noche, tras el pesado viaje, la había pasado en casa de Adelita; para ser más precisos, en su cama. Le había llamado al llegar al aeropuerto y, Adelita, cómo no, accedió a la esperada cita con Léxico.
Mientras Léxico se incorporaba -y después de dar un beso de buenos días a Adelita que enfureció sentidamente a Freddy-, miró al reloj de la cabecera de la cama y probó a frotarse los ojos:
-¡Ostras, Pedrín! ¡Por los Ángeles de Charlie! pronunció Léxico sobresaltado-. Adelita... Dime que tu reloj no funciona y que no son las diez y veinte...
-¡Calla de una vez, Freddy! se dirigió al caniche con voz de mando-. Cielo... Lo siento... contestó a Léxico con cara compungida la bibliotecaria-. Me temo que funciona perfectamente...
-Joder... Tengo que salir ya mismo hacia la biblioteca y preguntar por la tal Begoña... rascándose el cogote, se preguntó por otro hecho extraño-. Por cierto... ¿No tendrías que estar tú allí hace tiempo?
-Pero qué despistado que eres, cielo... ¿No sabes que por las mañanas está Cándido?
Léxico hizo un gesto de fastidio y se dio una palmada en la frente. Vistiéndose allegro, ma non tropo, y despidiéndose de Adelita con un fugaz beso y de Freddy con un empático ladrido-, salió por la puerta del apartamento en dirección suicida hacia la biblioteca de la Facultad.
Al entrar por la puerta, Cándido abrió lo ojos como manzanas y comenzó a carcajearse con insensata hilaridad:
-¡Ja, ja, ja, ji, ji...! ¡Hombre, agente...! ¡Usted de nuevo por aquí! ¡Qué alegría me da!
Después de darse unas cuantas palmaditas mutuamente y de que Cándido se pusiera a contar a gritos alertando e indignando a más de un estudiante- algún chiste verde, Léxico instó a que le permitiera buscar en el ordenador el nombre de una estudiante. Introdujo, pues, el detective, el nombre y primer apellido que Julio Ermita le había proporcionado: Begoña Mataporros. Enseguida, salió la ficha de la estudiante, junto a su dirección y teléfono. A la derecha, una reciente fotografía de la joven, ante la cual, Cándido lanzó un exabrupto:
-¡Hostias! ¡Pues sí que está rica la tía! dijo babeando-. No es usted tonto ni ná, agente...
Mientras se despedía de Cándido, fingiendo pesar, recogió la copia impresa de la ficha de Begoña, y se dispuso a llamar por teléfono a la susodicha. No obstante, una vez fuera de la biblioteca, pensó que quizá sería más conveniente y directo realizar una visita sorpresa a su casa.
Franz_126
Mientras Léxico se incorporaba -y después de dar un beso de buenos días a Adelita que enfureció sentidamente a Freddy-, miró al reloj de la cabecera de la cama y probó a frotarse los ojos:
-¡Ostras, Pedrín! ¡Por los Ángeles de Charlie! pronunció Léxico sobresaltado-. Adelita... Dime que tu reloj no funciona y que no son las diez y veinte...
-¡Calla de una vez, Freddy! se dirigió al caniche con voz de mando-. Cielo... Lo siento... contestó a Léxico con cara compungida la bibliotecaria-. Me temo que funciona perfectamente...
-Joder... Tengo que salir ya mismo hacia la biblioteca y preguntar por la tal Begoña... rascándose el cogote, se preguntó por otro hecho extraño-. Por cierto... ¿No tendrías que estar tú allí hace tiempo?
-Pero qué despistado que eres, cielo... ¿No sabes que por las mañanas está Cándido?
Léxico hizo un gesto de fastidio y se dio una palmada en la frente. Vistiéndose allegro, ma non tropo, y despidiéndose de Adelita con un fugaz beso y de Freddy con un empático ladrido-, salió por la puerta del apartamento en dirección suicida hacia la biblioteca de la Facultad.
Al entrar por la puerta, Cándido abrió lo ojos como manzanas y comenzó a carcajearse con insensata hilaridad:
-¡Ja, ja, ja, ji, ji...! ¡Hombre, agente...! ¡Usted de nuevo por aquí! ¡Qué alegría me da!
Después de darse unas cuantas palmaditas mutuamente y de que Cándido se pusiera a contar a gritos alertando e indignando a más de un estudiante- algún chiste verde, Léxico instó a que le permitiera buscar en el ordenador el nombre de una estudiante. Introdujo, pues, el detective, el nombre y primer apellido que Julio Ermita le había proporcionado: Begoña Mataporros. Enseguida, salió la ficha de la estudiante, junto a su dirección y teléfono. A la derecha, una reciente fotografía de la joven, ante la cual, Cándido lanzó un exabrupto:
-¡Hostias! ¡Pues sí que está rica la tía! dijo babeando-. No es usted tonto ni ná, agente...
Mientras se despedía de Cándido, fingiendo pesar, recogió la copia impresa de la ficha de Begoña, y se dispuso a llamar por teléfono a la susodicha. No obstante, una vez fuera de la biblioteca, pensó que quizá sería más conveniente y directo realizar una visita sorpresa a su casa.
Franz_126
1 comentario
maliae -
Me gusta esta forma de escribir, muy limpia, precisa y con el toque de humor justo.
Estaré al tant, Franz
(una cosa, yo no diría "dirección suicida", creo que es mejor "velocidad suicida",
bueno, auna braçada, Franz-
amalia