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el expreso de medianoche

Crimen Desorganizado, S.A.

Crimen Desorganizado, S.A. Bajó en el ascensor y, una vez en la planta baja cruzó por recepción. Allí, se dirigió a una cabina telefónica y llamó al Comité Central. Cuando el Comisario Hiato se puso al aparato, Léxico comenzó a excusarse por su retraso:
 
        -Comisario... Lo cierto es que es una historia muy larga y creo que disponemos de poco tiempo. ¿Está Begoña con usted?
 
        -Sí, claro... Ahora mismo estábamos decidiéndonos a salir en dirección de los estudios de TeleBrinco, dado que tu aparición por aquí no parecía factible.
 
        -Ah, bien... Perfecto –convino Léxico-. Entonces vayan ustedes hacia allí, que yo pediré un taxi para reunirnos lo antes posible.
 
        -De acuerdo. No te preocupes, no obstante. El programa dura unas dos horas, así que no creo que se nos escape ese tal Mataporros.
 
        Léxico colgó el auricular y se dispuso a dirigirse a la salida, a la máxima velocidad que las muletas le permitían. Cuando bajaba por la rampa de salida, una joven le ofreció su ayuda, cosa que Léxico agradeció enormemente.
 
        Se dirigió por la acera hasta la parada de taxis. No obstante, comprobó con fastidio que ésta permanecía desierta. Bajó, pues, la acera, para comprobar si alguno hacía acto de aparición por el lugar, pero tan sólo vio pasar varios utilitarios particulares que deslumbraban con sus focos en la oscuridad de la noche, tan sólo iluminada por la leve luz de una vieja farola.
 
        Estuvo esperando unos instantes, durante los cuales no apareció ni una sola luz en medio de la noche. Al cabo, comprobó cómo a lo lejos, una única luz se aproximaba con creciente rapidez al lugar en que se encontraba. Cuando la moto estaba ya muy cerca, hizo el gesto instintivo de apartarse hacia la acera. No obstante, no le dio tiempo, ya que observó cómo la moto se dirigía directa hacia él. En el momento en que la moto estaba a punto de atropellarle –intencionadamente, como evidenció- pudo Léxico apartarse lo suficiente y arrojarse con dureza al suelo, a la par que dejaba soltar una de sus muletas. Quisieron los hados que la muleta se colara casualmente por entre los radios de la motocicleta, cosa que hizo frenar en seco el vehículo, a la par que dar alas a su ocupante en un pequeño vuelo que le trasladó una distancia más allá de la colisión. Mientras Léxico trataba de incorporarse, comprobó cómo su presunto homicida yacía tendido en el suelo, unos metros más allá. En ese instante, y dado que el detective no podía valerse de sus propios medios, la atenta joven que ya le ayudara anteriormente descubrió al accidentado en el suelo. Acudió, de nuevo, presta a ayudarle, y agarrándole por debajo de las axilas, colaboró a que Léxico pudiera incorporarse y ponerse de pie. Cuando lo logró, dio de nuevo efusivamente las gracias a la joven, a la par que buscaba al motorista. Vio que el tipo también trataba de incorporarse, y acto seguido, sin demasiados problemas, lo lograba. Trató Léxico de salir a su zaga, no obstante, con ciertas dificultades motrices. Apreció también una notable cojera en su perseguido. La joven, que permaneció perpleja en el lugar, parecía asistir al espectáculo de una extraña competición paralímpica. Mientras el motorista continuaba su plan de fuga, un taxi se aproximaba al lugar, en dirección opuesta. Logró el motorista, finalmente, hacer parar al taxi, mientras a continuación subía al mismo, ante la impotencia de Léxico, que no pudo llegar a alcanzarlo. Tuvo que resignarse, pues, a observar cómo el tipo lograba su huída. Así que decidió dar media vuelta.
 
        Mientras regresaba a la parada, donde la joven permanecía inquieta, halló por el camino la que, con toda seguridad, debía ser la cartera que aquel tipo había descuidado. Dejó caer las muletas y se agachó al suelo para recogerla. La abrió y registró su contenido. Halló, afortunadamente, un carné de identidad:
 
        “Jung So, Li.”
 
        Miró la fotografía y se fijó en los rasgos orientales del identificado. Se preguntaba qué relación debía tener aquel tipo en todo aquel caso, y mientras se guardaba la cartera, una suave y ya familiar voz, le ofrecía por tercera vez:
 
        -¿Le puedo ayudar?
 

        -Es usted muy amable, señorita.

Franz_126

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